El pasatiempo preferido de mi familia
cuando niño.
Era
sentarse en forma de circulo
sobre
una gran colcha que sacábamos
los
días de dorados hasta el parque municipal.
Brillaba
el silencio a nuestro rededor
las velas de los barcos se veían
hasta
que el horizonte las arrebataba
siempre
en forma sumisa y cautelosa.
Mirábamos partir a decenas de ellos
algunos
a vapor, otros de motor…
se
deformaban con la luz del cielo.
Mi
padre habría
las cartas de su juventud
y nosotros,
aun en un semicírculo
escuchábamos con la mirada en el mar.
Casi
siempre, nos emocionábamos
ahí entonces la brisa lavaba en caricias
la cara
que llevaríamos el resto de
la
semana.
Un día
nos dimos cuenta que ya
no disponíamos
del mar, ni de los barcos
ni del
césped ni el parque municipal,
las
cartas habían perdido sus contenido
Y mi
padre menguaba de salud memorial.
Ahora la manta lo cubre en el ancianato,
susurrándole sobre caracolas, sobre la espuma
o el olor a mi madre joven y hermosa que
siempre
a las cuatro de la mañana desvelará
en su
eterno entresueño un alo blanquecino
tiñendo
de carmesí el filtro de un cigarrillo
u
ocultando el nido de las aves
a un
costado del pecho hueco.